Guía de Trekking. Amante de la naturaleza y los libros…
¿Qué pasa si la pandemia te agarra justo en un rincón de naturaleza virgen como El Chaltén? Conocé el anecdotario de Gilda Isoardi, andinista y guía de trekking que desembarcó en un pueblo santacruceño para hacer temporada de verano, justo antes del inicio de la pandemia
**Las Fotos de esta nota son de Miguel Andrade**
Me encontraba sacando fotos apaciblemente, mirando los reflejos que la luz dibujaba en el hielo de una laguna a la que habíamos ido a patinar con amigos. De pronto, en la gloriosa calma de la tarde, escuché un ruido desconcertante. Todo pasó muy rápido. Cuando entendí que lo que me habían parecido graznidos de aves acuáticas eran, en realidad, los desesperados gritos de una amiga (dando manotazos entre hielo y agua) ya era demasiado tarde para hacer nada. Esto sucedía en el increíble paisaje de cierta laguna congelada, en las inmediaciones del encantador pueblito de montaña El Chaltén.

Por suerte, mi amiga ensayó todos los movimientos y logró salir cual foca del mar, arrastrando sus cuatro extremidades hasta apoyarse en la crujiente superficie. Luego vino el equilibrio. – Es que mientras iba patinando todo se veía cada vez más azul y pensé: ¡qué bello! – Se excusó ingenuamente Virginia, sin percibir que la belleza del azul se debía a la caída de metros bajo sus pies.

Esa fue solo una de las tantas anécdotas inverosímiles que viví en el extremo Sur del planeta. En unos meses, que se volvieron un año, cuando un día el mundo se detuvo y el noticiero anunció que una cepa de Coronavirus había entrado en el país. Comenzaba la cuarentena.

El Chaltén y los misterios del Torre
La pequeña villa turística del Chaltén nació allá por el año 1985 como solución a querellas limítrofes entre Argentina y Chile y fue, lentamente, convirtiéndose en un paso obligado de la Patagonia austral. Muy próximas, las tremendas moles graníticas del cerro Fitz Roy y Torre se elevan hacia el cielo, como cuchillos, custodiando la entrada a los hielos continentales, uno de los últimos bastiones del hielo en el planeta.
En cuanto al cerro Torre, cabe recordar la legendaria y controvertida “ruta del compresor”, una línea que Césare Maestri taladró en la roca con delirio febril, colocando más de 350 buriles para coronar lo que era considerado -por entonces- “el cerro imposible”.

El reconocido alpinista italiano que abriera tantas rutas en los Dolomitas se acercó a la Patagonia en el año 1959 seducido por el desafío que representaba entonces el ascenso al Cerro Torre. Lamentablemente durante el descenso su compañero de cordada, Tony Egger, es barrido por una avalancha y junto a él la cámara de fotos, único testimonio de la cumbre. La controversia comienza, ¿ lograron verdaderamente llegar a la cima?

Once años más tarde Maestri regresaría nuevamente al cerro Torre, pero esta vez con un desopilante compresor de 135 kilos para abrir “La ruta del compresor”. Vale decir que 50 años han pasado y la novela aún despierta pasiones encontradas. Hace unos días me enteré por las noticias que Césare había fallecido. Lo que verdaderamente pasó en el Torre, en el año 1959, no los sabremos nunca.

Un encierro bajo cero
La noticia de la pandemia nos alcanzaba, por milagro, justo al final de la temporada de trabajo. De manera que, a diferencia de otros pobres mortales, habíamos logrado hacer nuestro montoncito de ahorros como para pasar el invierno. Una estación que en la vecindad de los hielos continentales y la Antártida no pasa, precisamente, desapercibida. Si en otros lados tocaba vivir el Covid con calor, o con lluvia, o con algún frío descolorido, aquí el pueblito presenció la nevada más grande de los últimos años.

Cuando comenzaron de a poco a habilitarse algunas salidas, las laderas suaves (vestigio de antiquísimas morrenas glaciarias) se convirtieron en pistas para trineos de los niños, mientras que los bosques centenarios de lengas y ñires (localizados en los lindes del parque) se tornaron un paseíto renovador. No faltaron, por supuesto, cascadas de hielo, hechas a medida del escalador.

Mi descubrimiento del año es que en Patagonia, como en las películas, el agua de lagunas se congela y es posible patinar. Deslizarse por hielo natural, cuando las condiciones espejadas de la superficie del agua son perfectas, es la definición misma de movimiento. Por supuesto, ir hacia aguas profundas heladas creyendo que una es Katarina Witt, en “Carmen on ice”, no siempre ayuda.

La dicha de la naturaleza
Y así, la angustia ante un futuro incierto y una cuarentena con medidas aún más inciertas fue pasando entre zorros colorados y huemules, entre huellas de puma en la nieve y caminatas en el bosque hasta que la aparición de violetas y orquídeas de porcelana anunciaron una nueva primavera.
Casi un año ha pasado y, como en el resto del planeta, los únicos que no parecen haber notado la tragedia son los animales que- por cierto aquí, en el pueblo- irrumpen con la confianza más descarada y feliz que han demostrado en años. Sin vencimientos a fin de mes o supermercados con inflación, se dedican a ramonear las hierbas silvestres y beber el agua de deshielo.

No sé decir cuál de todos los aspectos que vivimos durante esta pandemia es al que más me cuesta adaptarme. No sé si es la crisis económica; o un barbijo que no me deja respirar directamente el aire puro; o no poder ver la expresión en otras personas; o si las barricadas entre pueblos hermanos; o si tramitar permisos para desplazarte por tu propio país. No sé.Para aquellos que aman la naturaleza, que viven la libertad con felicidad y que se sienten plenos cuando eligen su destino, que desean conocer otros mundos sin miedo de encontrarse allí con otras personas, solo quedará esperar que la nueva normalidad se vaya pareciendo, poco a poco, a la vieja.
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Guía de Trekking. Amante de la naturaleza y los libros de cuentos, especialmente los que tienen ilustraciones para niños